La caída de Ícaro
Hace miles de años, un ingenioso arquitecto y constructor de nombre Dédalo huyó de Atenas junto con su hijo Ícaro por matar a su sobrino Pérdix. Al poco tiempo encontró cobijo en la corte de Minos, rey de Creta. Quién le habia pedido a Dédalo que usara sus habilidades para construir el famoso Laberinto de Creta el cual pudiera mantener oculto al Minotauro y encerrarlo ahí para la eternidad. Dicho Minotauro era una maravillosa creatura, con cuerpo de hombre y rabiosa cabeza de toro, concepción del amorío de Helio, esposa de Minos y el toro blanco que Poseidón expulsó al mar.
Tiempo después, Dédalo hizo enfurecer al rey Minos ayudándole a un mancebo simple y pobre de nombre Teseo quien estaba destinado a ser comida para aquel Minotauro en ese laberinto, sin embargo, tras conocer a Ariadna, hija de Minos, decidió llevarla con él. Pidiendo auxilio antes a Dédalo para que los ayudasen a escapar. Dédalo accedió suministrando a Teseo un ovillo de hilo gracias al cual pudo encontrar la salida del laberinto y abandonar Creta con Ariadna.
Minos, al ser abandonado por su hija con un mancebo, y al mismo tiempo ser traicionado por un hombre al cual le dió asilo, decidió encerrar a Dédalo junto con su hijo Ícaro en el Laberinto de Creta, además, suponiendo que escapara, mando vigilar la isla por tierra y mar.
Dédalo, al ser él quien había construido el Laberinto de Creta, sabía que escapar de ahí requeriría de un acto divino, sin mencionar la cuidadosa vigilancia que abrazaba a la isla, así que comenzó a idear un plan. Aprovechándose de su ingenio y creatividad creó un par de alas con la union de plumas de aves, cera y madera para imitar el baile de las aves y escapar por los cielos.
El plan funcionó, escaparon del Laberinto de Creta como mariposas libres esperando una aventura, sin embargo, la maravilla no duró mucho. Antes de emprender el vuelo, Dédalo brindó instrucciones claras a Ícaro de que no volase muy cerca del sol, pues el calor de los cielos derretiría la cera que mantenía unidas las plumas de sus alas.
Tras unos momentos después de elevarse, Ícaro se sintió cual cóndor y comenzó a ascender pese a las repetidas advertencias de su padre. Las luces del sol lo llamaban, el paisaje era divino, las nubes, bellas pinturas de los dioses que podían ser apreciadas a centímetros de distancia, los problemas mundanos se achicaban conforme se acercaba al sol, la brisa ahuyentaba sus anteriores pecados, se sentía un dios. Sin embargo, minutos después, la cera abandonó las plumas de las alas para cubrir su cuerpo desnudo, perdiendo superficie y altura, y pese a que agito los brazos con esfuerzos desesperados, ya no había presión que lo elevara, provocando una caída inminente y una muerte pronta.
"Dédalo lloró la muerte de su querido hijo y maldijo su habilidad, las técnicas y saberes en los que era maestro y que habían conducido a la muerte de Ícaro. Comprendemos su dolor, pero al comportarse de esta manera el sabio Dédalo no tuvo en cuenta que la ciencia nunca debe estar alejada de la prudencia: que la verdadera sabiduría es hija del matrimonio que forman el saber y la prudencia que da el buen juicio." -Antonio Mingote y José Sánchez
Un viaje divino pero efímero, fue el que se llevó a cabo por aquellos años, tomando prestadas las habilidades de las aves pero con la ambición de los humanos, pues Ícaro fue rechazado del cielo por su insaciable sed de caprichos y desobediencias de hijo.
La moraleja entonces es que no desobedezcas a los adelantados a ti, que no seas soberbio en tus saberes, que no trates de elevarte por encima de tus capacidades y que, si quieres vivir una vida longeva, es tu menester evitar las pasiones desenfrenadas que aun no se aparecen en tu vida. Es imperdonable volar más alto de lo indicado.
O tal vez no.
Dédalo recalcó a Ícaro que no volase por encima de las nubes ya que los rayos del sol derretirían la cera de sus alas, pero también le indico que no volase demasiado bajo, pues las brisas de las aguas podrían empapar las plumas y detener el vuelo.
Nadie sabe que hubiera pasado si Ícaro hubiera seguido las instrucciones de su padre, probablemente los atraparían al llegar a la siguiente isla, pues Dédalo se encargo de ser pésimo inquilino con aquellos que los acogieron, traicionándolos o cometiendo delitos no comunes. Sin embargo, lo que si podemos saber, es que Ícaro vivió los últimos momentos de su vida con la visión de los ángeles y los poderes de las aves, por instantes pequeños, fue divino.
Porque la desobediencia, al igual que la obediencia, es pecado; lo perfecto es el punto medio, a veces, porque a veces: